domingo, 10 de marzo de 2013

Otra vista de mi ciudad con fotografías hechas en Otavalo

vista panorámica de la ciudad de Otavalo desde la comunidad de Pigulca

Así es la vista en Otavalo , ciudad donde sobran los atardeceres y faltan los anocheceres

Donde descansan  las penas de Otavalo un cementerio intercultural

Observando desde abajo los legendarios árboles del bosque de la Cascada de Peguche

El magestuoso volcán Cotacachi  por donde se oculta el sol desde Otavalo

Otavalo la mejor ciudad del mundo para vivir

domingo, 27 de enero de 2013

Nuestra tradición


 Mi cultura



Entre los personajes de las fiestas andinas del solsticio de junio -llamados sanjuanes, hatun puncha o intiraymis- destaca el aya huma, con su disfraz de doble rostro. Tiene un máscara de colores y danza junto con un látigo.
“La denominación aya huma está compuesta por dos palabras quichuas a saber: aya: fuerza, energía, poder de la naturaleza (que influyen en los seres humanos). La otra palabra es huma: cabeza, líder, dirigente y guía. En el contexto de la cosmovisión indígena es el líder superdotado, ritual y guerrero, poseedor de la energía de la naturaleza”, dice Luis Enrique Cachiguango, de la comunidad de Cotama.
Marcelo Naranjo, para el Centro Interamericano de Artesanías y Artes Populares, Cidap, añade: “La primera ceremonia de las vísperas es el baño ritual al que se someten todos los varones, jóvenes y niños: un escenario privilegiado en la realización de este rito es la cascada de Peguche, a pocos kilómetros de Otavalo, en Imbabura. El baño de las vísperas tiene un claro sentido de purificación y se vincula íntimamente a los significados agrarios de la fiesta”.
Para una investigación sobre este personaje, traté de acercarme desde la literatura. Aquí una escena: Los danzarines eran descomunales. Tenían apariencia humana y sus movimientos eran enérgicos con un compás que encerraba una inquietante belleza. Bailaban en círculo, agitándose violentamente hasta llegar a un éxtasis, precedido por las flautas entonadas con maestría. Era un llamamiento de exaltación a la vida, con una danza, acompañada de inmensas caracolas ceremoniales que retumbaban en el aire.
Eran seres de otro mundo, formidables criaturas que tenían una cabeza con dos rostros y cuando giraban parecían fundirse en un remolino con sus cabellos firmes y extraños. Contemplar las dos caras, que poseían cada uno de los danzantes, era un vértigo: parecía que nunca dejaban de mirar porque mientras la cara de adelante estaba pendiente del interior del círculo, la de atrás seguía el exterior de la celebración y como se movían alternadamente los incontables ojos despedían un brillo intenso. Tenían orejas desproporcionadas y sus narices parecían cubrir todo su semblante, pero se movían con gracia…
Cuando recobró el aliento, el hombre tenía otro semblante: había contemplado a los aya humas, esos seres con cabezas de diablos quienes danzaban para los elegidos. Pero no eran como los diablos europeos con colas, que venían del infierno, estos eran deidades andinas que insuflaban vitalidad a las antiguas ceremonias, en torno al maíz.

domingo, 20 de enero de 2013

EL PODER INDÍGENA EN ECUADOR

Los movimientos indígenas en el Ecuador han ido adquiriendo cada vez un mayor peso desde los años noventa, su incidencia y participación han sido decisivas y definitivas en la política del país.

La manifestación de la presencia social de los movimientos indígenas se fue visibilizando en los últimos 20 años a través de protestas, movilizaciones y la creación cada vez más amplia de movimientos políticos que los representan.

Una muestra visible de ello fueron los acontecimientos que concluyeron con la destitución de dos presidentes donde se produjo la participación directa de estos grupos.

Entre los principales temas que han formado parte de sus reclamos es la lucha por un proceso de inclusión social que
tuvo sus inicios en la Constitución política que fue aprobada en 1998, donde se dieron los primeros pasos para reconocer al estado como pluriétnico y multicultural proceso que se viene discutiendo y tratando hasta la actualidad y forma parte de la nueva carta política del Ecuador.

Según varios analistas de las Ciencias Sociales, las interacciones entre el movimiento indígena y el Estado son los antecedentes para el desarrollo de una clase intelectual indígena aunque existen representantes políticos que a lo
largo de la historia han utilizado la lucha y el poder de estos para sus intereses particulares.

Los antecedentes en la historia ecuatoriana registran varias épocas relevantes de dichos actores sociales que se han
hecho evidentes en momentos de una gran capacidad de movilización hasta momentos como los actuales donde su
participación ha sido casi nula salvo los antecedentes de la última protesta relacionada con la aprobación de la leyes de minería y aguas respectivamente.

El origen de la resistencia y las luchas de los representantes de diversos pueblos indígenas se presentó como una respuesta frente a nuevas formas cada vez más extremas de explotación, exclusión y dominio.

Por otra parte existe una característica que produce sublevación ante el sistema que parte de la desconfianza que los
representantes de varios sectores de la sociedad tienen por los partidos y representantes políticos, donde las movilizaciones son una forma de demostrar su inconformidad.

A continuación los antecedentes de cómo fueron emergiendo y solidificándose los movimientos indígenas en el
Ecuador.

Bajo las características de ingobernabilidad para la diversidad reconocía hasta antes de 1990 a los indígenas como ciudadanos sin identidades, hasta cuando emegió el movimiento indígena con demandas en torno al Estado plurinacional y los derechos de territorialidad.

A raíz de lo cual surgió la reforma agraria que favoreció a gran parte de los indígenas y campesinos que habían sido despojados de sus tierras.

Desde aquel entonces el movimiento indígena se consolidó y paulatinamente fue obteniendo más logros y una indiscutible presencia y participación política.

En el conocido caso del 21 de enero donde cayó el Presidente Jamil Mahuad, los indígenas tuvieron una destacada
participación que muchos juzgan de movimientos subversivos y hasta terroristas que participaron en la insubordinación de los coroneles.

Durante este proceso uno de los grupos más visibles y que con el tiempo se consolidó como una solido movimiento político, es el denominado Pachakutik, que fue emergiendo en la palestra pública en conjunto con la creación de movimientos como la CONAIE, CONFENAIE, FENOSIN, entre otros que presentaban rasgos de resistencia frente al colonialismo y al neocolonialismo.

domingo, 13 de enero de 2013

infotavalo




San Luis de Otavalo,' o simplemente Otavalo,' es una localidad de la provincia de Imbabura, en Ecuador; situada a 110 kilómetros al norte de la ciudad de Quito.1 De acuerdo a las crónicas de Sancho Ponce de León (siglo XVI significa ‘cobija de todos’ en pukina aymara.

TEXTO TOMADO DE :WIKIPEDIA

viernes, 11 de enero de 2013

César Dávila Andrade, poeta ecuatoriano, escribió este estremecedor poema indígena en 1959. Años después, fue puesto en escena por el Teatro Ensayo de la Casa de la Cultura Ecuatoriana.
INDIO Yo soy Juan Atampam, Blas Llaguarcos, Bernabé Ladña,
Andrés Chabla, Isidro Guamacela, Pablo Pumacuri,
Marcos Lema, Gaspar Tomayco, Sebastián Caxicondor.
Nací y agonicé en Chorlaví, Chamanal, Tanlagua, Nieblí.
Sí, mucho agonicé en Chisingue,
Naxiche, Gambayna, Poalé, Cotopilaló.
Sudor de sangre tuve en Caxají, Quinchirana,
en Cicapla, Licto y Conrogal.
Padecí todo el Cristo de mi raza en Tixán en Saucay,
en Molleturo, en Cojitambo, en Tovavela y Zhoray.
Añadí así más blancura y dolor a la cruz que trajeron mis verdugos.

A mí tam. A José Vacacela tam.
A Lucas Chaca tam. A Roque Caxicondor tam.
En plaza Pomasqui y en rueda de otros natuales
nos trasquilaron hasta el frío la cabeza.
Oh, Pachacámac, Señor del Universo,
nunca sentimos más helada tu sonrisa,
y al páramo subimos desnudos de cabeza,
a coronarnos, llorando con tu Sol.

A Melchor Pumaluisa, hijo de Guápulo,
en medio patio de hacienda, con cuchillo de abrir chanchos,
le cortaron los testes.
Y, pateándole, a caminar delante
de nuestros ojos llenos de lágrimas.
Echaba, a golpes, chorros de ristre de sangre.
Cayó de bruces en la flor de su cuerpo.
Oh, Pachacámac, señor del Infinito,
Tú, que manchas el Sol entre los muertos.

Y vuestro Teniente y Justicia Mayor
José de Uribe: "Te ordeno". Y yo,
con los otros indios, llevámosle a todo pedir,
de casa en casa, para su paseo, en hamaca.
Mientras mujeres nuestras, con hijas, mitayas,
a barrer, a carmenar, a texer, a escardar;
a hilar, a lamer platos de barro -nuestra hechura,-
Y a yacer con Viracochas,
nuestras flores de dos muslos,
para traer al mestizo y verdugo venidero.

Ya sin paga, sin maíz, sin runa-mora,
ya sin hambre de puro no comer;
sólo calavera, llorando granizo viejo por mejillas,
llegué trayendo frutos de la yunga
a cuatro semanas de ayuno.
Recibiéronme: Mi hija partida en dos por Alférez Quintanilla,
Mujer, de conviviente de él. Dos hijos muertos a látigo.
Oh, Pachacámac, y yo, a la Vida
Así morí.

Y de tanto dolor, a siete cielos,
por sesenta soles, Oh, Pachacámac,
mujer pariendo mi hijo, le torcía los brazos.
Ella, dulce ya de tanto aborto, dijo:
"Quiebra maqui de guagua; no quiero que sirva
que sirva de mitaya a Viracochas".
Quebré.

Y entre Curas, tam, unos pareciendo diablos, buitres, había.
Iguales. Peores que los otros de dos piernas.
Otros decían: "Hijo, Amor, Cristo".
Y ellos: "Contribución, mitayo a mis haciendas,
a tejer dentro de Iglesia, aceite para lámpara,
cera de monumentos, huevos de ceniza,
doctrina y ciegos doctrineros.
Vihuela, india para la cocina, hijas para la casa.
Así dijeron. Obedecí.

Y después: Sebastián, Manuel, Roque, Salva,
Miguel, Antonio, Mitayos, a hierba, leña, carbón,
paja, peces, piedras, maíz, mujeres, hijas. Todo servicio.
A runa-llama tam, que en tres meses
comistes dos mil corazones de ellas.
A mujer que tam comistes
cerca de oreja de marido y de hijo,
noche a noche.
Brazos llevaron al mal.
Ojos al llanto.
Hombros al soplo de sus foetes,
Mejillas a lo duro de sus botas.
Corazón que estrujaron, pisando ante mitayo,
cuerpos de mamas, mujeres, hijas.

Sólo nosotros hemos sufrido
el mundo horrible de sus corazones.
En obraje de telas, sargas, capisayos, ponchos,
yo, el desnudo, hundido en calabozos, trabajé
año cuarenta días,
con apenas puñado de maíz para el pulso
que era más delgado que el hilo que tejía.
Encerrado desde la aurora hasta el otro claror,
sin comer tejí, tejí.
Hice la tela con que vestían cuerpos los Señores,
que dieron soledad de blancura a mi esqueleto.
Y Día Viernes Santo amanecí encerrado,
boca abajo, sobre telar,
con vómito de sangre entre los hilos y lanzadera.
Así, entinté con mi alma, llena de costado,
la tela de las que me desnudaron.
"Porque no hemos venido
a vivir en la tierra.
Sólo venimos a soñar.
Sólo venimos amar
aquí en la Tierra".

Y a un Cristo, adrede, tam trujeron,
entre lanzas, banderas y caballos.
Y a su nombre, hiciéronme agradecer el hambre,
la sed, los azotes diarios, los servicios de Iglesia,
la muerte y la desraza de mi raza.
(Así avisa al mundo, Amigo de mi angustia.
Así, avisa. Di. Da diciendo. Dios te pague).

Y bajo ese mesmo Cristo,
negra nube de buitres de trapo vinieron. Tantos.
Cientos de casas hicieron en la Patria.
Miles de hijos. Robos de altar. Pillerías de cama.
Dejáronme en una línea de camino,
sin Sur, sin Norte, sin choza, sin...dejáronme!
Y, después, a batir barro, entraña de mi tierra;
hacer cal de caleras, a trabajar en batanes,
en templos, paredes, pinturas, torres, columnas, capitales.
Y, yo, a la interperie!
Y, después, en trapiches que tenían,
moliendo caña, me molieron las manos:
hermanos de trabajo bebieron mi sanguaza,
miel y sangre y llanto.
Y ellos, tantos, en propias pulperías,
enseñáronme el triste cielo del alcohol!
y la desesperanza
Gracias!

¡Oh, Pachacámac, Señor del Universo!
Tú que no eres hembra ni varón.
Tú que eres Todo y eres Nada,
Óyeme, escúchame.
Como el venado herido por la sed
te busco y sólo a Ti de adoro.
Y tam, si supieras, Amigo de mi angustia,
cómo foeteaban cada día, sin falta.
"Capisayo al suelo, Calzoncillos al suelo,
tú, bocabajo, mitayo. Cuenta cada latigazo".
Yo, iba contando: 2, 5, 9, 30, 40, 70.
Así aprendía a contar en tu castellano,
con mi dolor y mis llagas.
Enseguida, levantándome, chorreando sangre,
tenía que besar látigo y mano de verdugos.
"Dioselopagui, Amito", así decía de terror y gratitud.

Un día en santa Iglesia de Tuntaqui,
el viejo doctrinero, mostróme cuerpo en cruz
de Amo Jesucristo;
único Viracoha, sin ropa, sin espuelas, sin acial.
Todito Él era una sola llaga salpicada.
No había lugar ya ni para un diente de hierba
entre herida y herida.
En Él, cebáronse primero; luego fue en mí.
De qué me quejo, entonces? No. Sólo te cuento.
Me despeñaron. Con punzón de fierro,
me punzaron todo el cuerpo.
Me trasquilaron. Hijo de ayuno y de destierro fui.
Con yescas de manguey encendidas, me pringaron.
Después de los azotes, y aún en el suelo,
ellos entregolpeaban sobre mí, dos tizones de candela
y me cubrían con una lluvia de chispas puntiagudas,
que hacía chirriar la sangre de mis úlceras.
Así.

Entre lavadoras de platos, barrenderas, hierbateras,
a una, llamada Dulita, cayósele una escudilla de barro,
y cayósele, ay, a cien pedazos.
Y vino el mestizo Juan Ruíz de tanto odio para nosotros
por retorcido de sangre.
A la cocina llevóle pateándole nalgas, y ella, sin llorar,
ni una lágrima. Pero dijo una palabra suya y nuestra: Carajú
Y él, muy cobarde, puso en fogón una cáscara de huevo
que casi se hace blanca brasa y que apretó contra los labios.
Se abrieron en fruta de sangre: amaneció maleza.
No comió cinco días, y yo, y Joaquín Toapanta de Tubabiro,
muerta la hallamos en la acequia de los excrementos.
Y cuando en hato, allá en alturas,
moría ya de buitres o de la pura vida,
sea una vaca, una ternera o una oveja;
yo debía arrastrarle por leguas de hierbas y lodo,
hasta patio de hacienda
a mostrar el cadáver.
Y tú, señor Viracocha,
me obligaste a comprar esa carne engusanada ya.
Y como ni esos gusanos juntos
pudo pagar de golpe,
me obligaste a trabajar otro año más;
hasta que yo mismo descendí al gusano
que devora a los amos y al Mitayo!

jueves, 10 de enero de 2013

Un verdadero poema para mi ciudad

“¿En donde escribir tu nombre Otavalo? ¿En que pámpanos? ¿En que heridas amapolas? ¡Ah, tierra mía! ¡Otavalo!. Te grabaré si aquí, adentro donde siempre te he llevado, en las raicillas del alma, en mi pleno meridiano. Y me abriré todo el pecho y mi lírico costado a que todo el mundo lea tu solo nombre: OTAVALO”.
- Fragmento de la Balada de Amor a Otavalo – Gustavo Alfredo Jácome